23 octubre 2005

Puaaaj! Otra vez!

Puaj! Salí con una sensación horrible. Una especie de náusea, mareo. Me sentí débil.
La puta que los re mil parió! Una elección más en las que no elijo lo que quiero. Una elección más en la que me tengo que conformar con poner la boleta de alguien a quien no conozco. Porque lo que conozco...puaj!
La campaña, que de política no tenía nada, sólo logró aumentar mi asco. Durante meses sentí vergüenza ajena y mucha impotencia. Entre los personajes, los spots, los actos y las gestiones: Bingo!. Si, bingo: sólo ganan unos pocos.
Desde hace mucho sabía a quienes no votar. Pero eran las 16:05 del domingo de elecciones y todavía no había me había decidido. Quería participar del acto, quiero y querré siempre. No me gustan las botas. Y sé que hasta el más garca es mejor que cualquier dictador. Aunque los primeros también torturan y matan. No con violencia directa, picana o submarino. Si con políticas de hambre, clientelísticas y corto placistas. Matan la democracia, que tanto nos costó. Matan el futuro de muchos y torturan a todos. Matan las ganas de participar. Perpetúan el “no te metas”. Ensucian una palabra tan bella como política. Nos hacen creer que este circo es democracia. Nos hacen confundir política con politiquería.
Y entonces sálvese quien pueda. Cada uno vota lo que le conviene (si tiene suerte). Por las cuotas, por el puesto prometido, por el plan. ¿Y la convicción? ¿Y el apostar por un proyecto de país?
Casi ni militantes quedan. Y a la mayoría de los que están esa palabra les queda muy grande. Sin ir más lejos las mesas de hoy (y de las últimas elecciones también) están llenas de mercenarios, como en el resto de los espacios. Todo tiene un precio.
Estaba en la cola. Mesa 5036 del colegio que está en la esquina de la casa de mis viejos. Fui con mi hermana y una amiga. Mi mamá era la presidente de mesa. Nos pusimos a hablar pavadas. Ninguna de las tres sabía a quien votar. Una le preguntaba a la otra como tratando de buscar ayuda. Nos entretuvimos chusmeando a la gente del barrio.
Se me vino a la cabeza una imagen de cuando era chiquita. Almorzábamos en la casa de mis abuelos. Después del asado todos a votar. Nosotras chochas de que nos dejaran entrar al cuarto oscuro. Ellos orgullosos de mostrarnos lo que habían ganado: voto, elecciones, democracia.
Mi turno. Entré al cuarto oscuro. Lo primero que vi fue la boleta del candidato que más odio. Un petiso fascista que invitaba a votar en “defensa propia”. Me dieron ganas de romperle las boletas. Me acorde que los otros también tienen derecho a elegir a quien quieran. Ese es el sentido. Revisé cada una de las boletas. Había dos mesas completas. Agarré una. No al azar, pero casi. Antes de leerla traté de memorizar el nombre del candidato. Metí el sobre en la urna. Que sea lo que Dios quiera. Saber que no va a ganar aliviana la culpa. Pero no calma la tristeza, la impotencia.

20 octubre 2005

La oficina se muda

Es jueves a las 14:35 hs. Desde hace unos meses esperamos que (no) llegue este día. Pero aquí está, aquí estamos. La oficina es un caos: cajas por todos lados, papeles y papeles que parecen multiplicarse, etiquetas identificatorias, cintas, carpetas, biblioratos... y mas papeles. A todo esto que ya nos da una idea de lo caótica que es la situación, hay que sumarle la neurosis colectiva, la histeria que provoca toda mudanza.
Si uno tuvo la experiencia de mudarse alguna vez en su vida, sabrá que las personas se vuelven particularmente insoportables en estos casos. Es como si en vez de mudarnos, estuviéramos avisados de que llega el fin del mundo y quisiéramos irnos con todo.
Y todo, es todo. Absolutamente todo. Hasta el mas insignificante papelito adquiere valor de cheque o boleto ganador del loto. Ese fibrón que ya no marca y no sirve mas que para ocupar lugar que no sobra, se convierte en El fibrón, en el elemento indispensable de cualquier trabajador. Uno se convierte en una especie de cartonero /artesano ( sin falta el respeto) que cree que todo puede servir para algo (nunca se sabe bien para qué). No importa si está roto, se arregla. Todo hay que mudar, hasta lo que uno tiro al tacho de basura, no vaya a ser cosa que hayamos tirado algo que podemos necesitar.
“¿Quién tiene cinta?”, “¿De quién es esa carpetaa?”, “ No te vayas a olvidar eso” . Frases que ocupan los primeros puestos del ranking “La oficina se muda”. Pero el problema no es qué es lo que se dice, sino cómo se dice. El tono de voz y la cara con la que se exclama cada una de estas frases de mudanza, es similar a la de alguien atrapado en un décimo piso de un edificio envuelto en llamas, gritando “Fuego! Socorro!”.
Si una mudanza familiar es una experiencia que vuelve loco a cualquiera, imagínense una laboral en la que cientos de personas intentan vanamente mantener la cordura.
Y el teléfono sigue sonando, y aunque estés con una pila de expedientes en la mano y la cinta en la otra, hay que atender. La música a todo volumen y la cinta crishh crihsss pegándose en la caja “¿Me pasas la tijera?”.
Obviamente no podía faltar el mate, testigo de todo. Mate que une, pero que también mancha y amenaza a las cajas y papeles maniáticamente embalados.
Y ley de Murphy: una vez que cerraste la caja y la llenaste de cinta por todos lados (no vaya a ser cosa que se abra), aparece algún documento perdido y te saca del “orden”.
En estos momentos es cuando uno ve las personalidades de cada uno exaltadas. El alcahuete se vuelve más alcahuete. La chusma aprovecha para juntar datos. El malhumorado no para de quejarse. El que siempre se raja, obviamente no está y hay que juntarle las cosas.
Esta es una de esas tardes locas que uno siempre va a recordar. De acá saldrán anécdotas, cargadas y alguna conversación “¿Te acordás...?”. Claro, siempre y cuando sobrevivamos.

06 octubre 2005

Hoy no es el mismo hoy

Hoy no es un día como ayer. Tampoco como mañana. Hay días que están condenados a vivir en nuestra memoria asociados a algo o alguien. Hay algunas fechas que socialmente compartimos y ahí el martirio o el festejo no es solitario. Día de los enamorados, de la primavera, de la madre, del padre, de ... Todos sabemos que para todos no es lo mismo, por infinidad de razones y /o circunstancias. Pero todos definimos de que lado estamos.
Hay otras que son nuestras, de nuestra historia. Intimas como el día de mi primera vez, que siempre recuerdo. Compartidas como “el día que nos conocimos”, “nos comprometimos”, “terminamos”.
Hoy me acuerdo de otros días como hoy en los que mi vida era otra. Lo esperaba y compartía. Era un día de festejo. Es un día de nostalgia.
Extraño los 6 de octubre de hace un par de años. Al menos ese día los problemas se obviaban, los miedos callaban y solo quedaba el amor en primer plano. El amor que siempre estuvo y creo que siempre va a estar. El amor no se termina. Se acaba la forma, no el contenido. Amor que ya no es pasión, sino cariño. Amor que antes se traducía en un beso interminable en el que buscábamos ser uno, hoy no es mas ( ni menos) que una sonrisa al recordar.

05 octubre 2005

Encasillados

Hay títulos y roles. Actitudes que los corresponden. Vivimos tratando de etiquetar relaciones y emociones. A veces, a la fuerza.
Y cuando sentimos que la clasificación impuesta no es la que identifica al sentimiento que nos une a ese algo, entramos en crisis. Nos sentimos incómodos, apretados, asfixiados. Comienza un juego de tensión entre lo que deseamos y debemos... clásico de rivales que rara vez pueden empatar.
Pero cuando jugamos a no poner títulos, a no encasillar, por más que ideológicamente creamos en eso, la incertidumbre nos gana. Intentamos iluminar el camino y encontramos medios títulos que hablan de no títulos. Lo alternativo conforma su identidad a partir de aquello a lo que se opone. Y en ese juego, es. Termina siendo no más que una manifestación rebelde que legitima lo establecido.

En el bar

Un lugar con nombre italiano, luces tenues amarillas y un centenar de botellas viejas y empolvadas en un estante cercano al techo. Las paredes están repletas de fotos antiguas, de retratos de gente en pose elegante, con vestidos largos, rodetes, bigotes negros y sombreros.
Viejas máquinas de coser hacen las veces de mesas.
Ella no deja de jugar con el pedal de esa maquina convertida en mesa. Mira a todos y a ninguno. Eligió una ensalada, una porción de arrollado y aunque le hubiera gustado acompañarlo con una cerveza fría, agarró una gaseosa de la heladera. No para de pensar, mientras dibuja círculos con el tenedor. Dejó el celular prendido sobre la mesa, justo al lado del plato. Quería que alguien la encuentre en medio de esa soledad acompañada por caras desconocidas, caras que llamaban su atención y la hacían perder en laberintos de pensamiento. Imaginaba sus historias, sus fracasos, sus sueños... trataba de entender sus miradas, sus sonrisas, sus gestos...
Un viejo lee el diario en la mesa de al lado, su mirada está fija en algún párrafo de esa sección de “Economía y Negocios”. A ella le llama la atención que sea justo esa la sección del diario que atrapa al hombre vestido con boina marrón y un sweater escote en V. Le pareció extraño que a esa edad no usara anteojos para leer y que en su mesa hubiera un montón de bandejas vacías y bolsas llenas de ropa en la silla. Le dio la impresión de que habría caminado mucho cargándolas. Lo imaginó pobre, viudo y solo, sintió lástima por él (¿o por ella misma?).
El viejo desentonaba con el lugar, lleno de gente joven que reía, charlaba y mandaba mensajes por celular. Nadie leía la sección económica del diario, por lo menos no ahí, por lo menos no esa noche. La música estaba alta. Las letras hablaban de injusticias y dolores, de soledades que desesperan por las noches...
En un rincón una pareja comía. El no dejaba de mirar a su compañera. Envidió el amor que expresaban los ojos de él. Hacía tiempo que no reconocía una señal de amor en la mirada de un hombre al hablarle. Se sintió más sola.
Estaba mal, mezcla de tristeza, bronca y desilusión. Quiso llorar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero fue sólo una amenaza... No conseguía desahogarse, no sabía si era su orgullo o por esa maldita coraza que había construido a la fuerza (marca de malas experiencias).
Había llegado al bar buscando distracción, tal vez con la secreta esperanza de conocer a alguien. Sus problemas parecían peores sin la compañía de alguien que la amara y al que ella ame.
Ese jueves fue el peor día de esa semana, de ese mes, de ese tiempo en el que le costaba tanto encontrar placer. En su trabajo las injusticias eran cada vez más visibles, como en tantas otras dimensiones de la vida. No es que no le gustara trabajar, sino todo lo contrario. Para ella placer y trabajo podían constituir una dupla perfecta. Sin embargo desde que llegó a esa oficina, le parecían incompatibles.
Se sintió como un volcán que no dejaban erupcionar: tenía ganas de crear, de crecer, de compartir, de amar. Pero todo no dependía solo de ella, de sus ganas ¿qué podía hacer con todas esas ganas? La mayoría de los días podía desviarla y canalizar saliendo, paseando, comiendo algo rico, comprando alguna cosa, tomando mate con amigos... este jueves nada alcanzaba, nada satisfacía. Ir al bar hubiese sido una opción exitosa cualquier día, menos ese.
Sintió una vez más la humedad en sus ojos. Probó un bocado de arrollado. Comió lento, como jugando. Un nene dejó una estampilla sobre su mesa. Enseguida el mozo, rubio y alto, se acercó al él. No escuchó qué le dijo, pero por los gestos de ambos, sospechó que nada bueno. El hombre llevó al nene hasta la puerta: lo echó.
Se indignó. Otra vez la injusticia. Injusticia compleja: al nene vende estampitas para comer. Vivía conectada con la pobreza, con la marginación... era su trabajo pero también su preocupación. Pensó en el nene, en ella... quiso llorar, estallar.
Su celular sonó. Se sorprendió, mucho más cuando vio quién llamaba. Un fulano con el que alguna vez soñó. Pero que no fue más que un juego... no tan bueno para ella. Le habló como si nada pasara, como si ese sueño frustrado no le doliera todavía, como si este fuera uno de esos días en que irradia alegría. La enorgullecía pero a la vez lastimaba resolver esas situaciones con una postura de superada... como si nada le afectase. De chica había aprendido eso y lo mantenía. Cuando alguien le preguntaba algo buscando incomodarla ella contestaba con cierto aire de indiferencia, tal vez de ironía, nunca atacaba. No quería darles el gusto.
La noche avanzaba y muchos adelantaban el fin de semana. Cada vez más grupos de amigos y parejas se juntaban en el bar. En la mesa de al lado al viejo le temblaba el puso mientras agarraba el diario y las bolsas. Se acomodó la boina y se paró. Con un paso lento pero calculado el viejo se retiró.
Se quedó mirándolo... Había terminado su arrollado, después de muchas vueltas. Decidió que lo mejor que podía hacer era marcharse también. Apuró el último trago de gaseosa. Guardó el celular, se colgó la cartera y salió. Otra noche, otro día que pasaba...simplemente pasaba. Estaba sola y triste. Aunque abrigaba la esperanza, la ilusión, de estar mejor.

03 octubre 2005

Tardes de Oficina

Es miércoles a la tarde y estoy sentada en este sillón con rueditas de la oficina. Ese mismo sillón con el que de chica jugaba a girar y girar mientras soñaba con mi futuro: vestida elegantemente, pintada y profesional...como mamá. Pero hoy, no es tan divertido como antes, ni siquiera es como me lo imaginaba... Esta es una de esas tardes en la oficina en la que uno siente atravesar todos los estados emocionales, piensa y siente en forma contradictoria sobre la actividad, sus compañeros y uno mismo.
Muchas veces me pregunto qué hago aquí, cómo puedo revertirlo, enriquecerlo... porque no es lo que quiero. Y tal vez una idea aparece como una luz destellando en un cielo oscuro y me emociona la idea de poder hacer algo para transformarlo. En ese momento me siento creativa, me siento con energía, poderosa al estilo He-man... sin embargo todo ese entusiasmo y esa idea que aparece como revolucionaria se van tiñendo de cotidianeidad, y esa luz destellante en el cielo oscuro se va apagando.
“Los problemas estructurales se solucionan con decisiones estructurales”. Esa frase retumba en mi cabeza... me desanima y, a la vez, me consuela. Es cierto, hay cosas que no dependen de mi, ni siquiera de una idea brillante al menos en este firmamento de estrellas apagadas. Porque este sentimiento no es sólo mío, al menos es lo que observo. Mis compañeros, aquellos que llenan la oficina conmigo, no parecen muy alegres al llegar... es más, a medida que pasan las horas aquí adentro esas caras están más lejos aún de expresar alegría. Hay un momento en el que todo, todo empieza a molestar más: el teléfono, el aire acondicionado, el cigarrillo, las voces, el pipipi de la impresora, los bombos de alguna manifestación en la puerta del edificio, la sirena de una ambulancia corriendo por la 9 de Julio, el (mal) chiste de alguno, el darle permiso al otro...Y más hoy que es miércoles y el sábado aún parece lejano...
Las mañanas comienzan con un rutinario “buen día” que de tan rutinario resulta vacío y el día de bueno no tiene nada...o parece tener muy poco. Cada uno prende su computadora y empieza otro día, revisa los mails con la esperanza de encontrar algo distinto, sorpresivo... tal vez no mas ( ni menos) que el saludo de alguien lejano ( en el tiempo o en la distancia), tal vez una declaración, una tarjeta virtual, un algo que cambie el asunto. Enseguida se abre el messenger, ventana al mundo y a la distracción. Ahí están los de siempre, amigos o conocidos que a diario se conectan también desde sus trabajos queriendo escapar a la rutina. Pero incluso el escape es rutinario, y las charlas dan la impresión de ser las mismas cada día. Aunque no siempre, hay días o momentos de algunos días, mejor dicho, en los que dedos de alguno se apresuran a teclear... generalmente esa situación no es para sacar un trabajo atrasado (que no hay) sino para contestar, para apagar el titilar naranja en la pantalla de la computadora que da curiosidad, que llama, pero que, a la vez, delata que uno no está de lleno en el trabajo.
Preparar mate o compartir unas galletitas son las formas de sobrellevar el día. Y siempre las mismas caras, los mismos comentarios, los mismos chistes... una pollera más corta, un peinado nuevo o el maquillaje destacando los ojos pueden romper, al menos en apariencia, esa rutina. Todo se siente más en la oficina... incluso el calor y el frío.
Los viernes es distinto. Hay “caras de viernes”: mezcla de cansancio semanal y entusiasmo (mini) vacacional. De repente alguien enciende la música alta y rompe el pseudo silencio de la oficina. Si otro atina a quejarse éste replica y con ánimo dice “Hoy es viernes”...es viernes y todo vale. Lo que molesta tanto los otros días de la semana, este día se soporta con mejor cara, con mejor ánimo... Las despedidas no son con un pesado “hasta mañana”, sino con un “Buen fin de semana” acompañado infaltablemente por una sonrisa que se retira a paso ligero como no queriendo perder ni un solo segundo de ese descanso recién comenzado.
Los viernes terminan temprano y los lunes empiezan tarde. El ascensor pareciera tardar más en bajar los viernes y el despertador sonar antes los lunes. Lunes cargados de comentarios nostálgicos de un fin de semana que pudo ser rutinario o no, pero seguro mejor que las tardes de oficina.

01 octubre 2005

Me tenté, aqui estoy

Si, hay cosas que no cambian y otras que cuestan. Este espacio junta de esas dos. El famoso "culo veo, culo quiero", que desde chiquita incorporé, sigue funcionando (no siempre con culos). Leí la nota de Clarín sobre blogs, me interesó. Hace un tiempo dedico mis tiempos de naufragio a navegar por espacios ajenos. Entré a unos cuantos y me enganché. Yo también quiero!!
Cuesta algo que cualquiera de los que se come mi personaje de extrovertida no lo creería: animarme a escribir, abrirme, desnudarme...todo un desafío.
Pero no hay nada que me tiente tanto como un desafío ( no, ni el pastel de papas puede tanto...bah)
Así que por aqui estaré, estando... ¿Nos vemos?