La oficina se muda
Es jueves a las 14:35 hs. Desde hace unos meses esperamos que (no) llegue este día. Pero aquí está, aquí estamos. La oficina es un caos: cajas por todos lados, papeles y papeles que parecen multiplicarse, etiquetas identificatorias, cintas, carpetas, biblioratos... y mas papeles. A todo esto que ya nos da una idea de lo caótica que es la situación, hay que sumarle la neurosis colectiva, la histeria que provoca toda mudanza.
Si uno tuvo la experiencia de mudarse alguna vez en su vida, sabrá que las personas se vuelven particularmente insoportables en estos casos. Es como si en vez de mudarnos, estuviéramos avisados de que llega el fin del mundo y quisiéramos irnos con todo.
Y todo, es todo. Absolutamente todo. Hasta el mas insignificante papelito adquiere valor de cheque o boleto ganador del loto. Ese fibrón que ya no marca y no sirve mas que para ocupar lugar que no sobra, se convierte en El fibrón, en el elemento indispensable de cualquier trabajador. Uno se convierte en una especie de cartonero /artesano ( sin falta el respeto) que cree que todo puede servir para algo (nunca se sabe bien para qué). No importa si está roto, se arregla. Todo hay que mudar, hasta lo que uno tiro al tacho de basura, no vaya a ser cosa que hayamos tirado algo que podemos necesitar.
“¿Quién tiene cinta?”, “¿De quién es esa carpetaa?”, “ No te vayas a olvidar eso” . Frases que ocupan los primeros puestos del ranking “La oficina se muda”. Pero el problema no es qué es lo que se dice, sino cómo se dice. El tono de voz y la cara con la que se exclama cada una de estas frases de mudanza, es similar a la de alguien atrapado en un décimo piso de un edificio envuelto en llamas, gritando “Fuego! Socorro!”.
Si una mudanza familiar es una experiencia que vuelve loco a cualquiera, imagínense una laboral en la que cientos de personas intentan vanamente mantener la cordura.
Y el teléfono sigue sonando, y aunque estés con una pila de expedientes en la mano y la cinta en la otra, hay que atender. La música a todo volumen y la cinta crishh crihsss pegándose en la caja “¿Me pasas la tijera?”.
Obviamente no podía faltar el mate, testigo de todo. Mate que une, pero que también mancha y amenaza a las cajas y papeles maniáticamente embalados.
Y ley de Murphy: una vez que cerraste la caja y la llenaste de cinta por todos lados (no vaya a ser cosa que se abra), aparece algún documento perdido y te saca del “orden”.
En estos momentos es cuando uno ve las personalidades de cada uno exaltadas. El alcahuete se vuelve más alcahuete. La chusma aprovecha para juntar datos. El malhumorado no para de quejarse. El que siempre se raja, obviamente no está y hay que juntarle las cosas.
Esta es una de esas tardes locas que uno siempre va a recordar. De acá saldrán anécdotas, cargadas y alguna conversación “¿Te acordás...?”. Claro, siempre y cuando sobrevivamos.
Si uno tuvo la experiencia de mudarse alguna vez en su vida, sabrá que las personas se vuelven particularmente insoportables en estos casos. Es como si en vez de mudarnos, estuviéramos avisados de que llega el fin del mundo y quisiéramos irnos con todo.
Y todo, es todo. Absolutamente todo. Hasta el mas insignificante papelito adquiere valor de cheque o boleto ganador del loto. Ese fibrón que ya no marca y no sirve mas que para ocupar lugar que no sobra, se convierte en El fibrón, en el elemento indispensable de cualquier trabajador. Uno se convierte en una especie de cartonero /artesano ( sin falta el respeto) que cree que todo puede servir para algo (nunca se sabe bien para qué). No importa si está roto, se arregla. Todo hay que mudar, hasta lo que uno tiro al tacho de basura, no vaya a ser cosa que hayamos tirado algo que podemos necesitar.
“¿Quién tiene cinta?”, “¿De quién es esa carpetaa?”, “ No te vayas a olvidar eso” . Frases que ocupan los primeros puestos del ranking “La oficina se muda”. Pero el problema no es qué es lo que se dice, sino cómo se dice. El tono de voz y la cara con la que se exclama cada una de estas frases de mudanza, es similar a la de alguien atrapado en un décimo piso de un edificio envuelto en llamas, gritando “Fuego! Socorro!”.
Si una mudanza familiar es una experiencia que vuelve loco a cualquiera, imagínense una laboral en la que cientos de personas intentan vanamente mantener la cordura.
Y el teléfono sigue sonando, y aunque estés con una pila de expedientes en la mano y la cinta en la otra, hay que atender. La música a todo volumen y la cinta crishh crihsss pegándose en la caja “¿Me pasas la tijera?”.
Obviamente no podía faltar el mate, testigo de todo. Mate que une, pero que también mancha y amenaza a las cajas y papeles maniáticamente embalados.
Y ley de Murphy: una vez que cerraste la caja y la llenaste de cinta por todos lados (no vaya a ser cosa que se abra), aparece algún documento perdido y te saca del “orden”.
En estos momentos es cuando uno ve las personalidades de cada uno exaltadas. El alcahuete se vuelve más alcahuete. La chusma aprovecha para juntar datos. El malhumorado no para de quejarse. El que siempre se raja, obviamente no está y hay que juntarle las cosas.
Esta es una de esas tardes locas que uno siempre va a recordar. De acá saldrán anécdotas, cargadas y alguna conversación “¿Te acordás...?”. Claro, siempre y cuando sobrevivamos.
2 Comments:
como que te noto exaltada por la mudanza, yo por suerte en mi laburo no me mude...ni dentro del edificio, creo que es suerte, pero ya veo que me cae jiji.
Espero que estes bien, saludos
de todos modos, la mudanza más traumática será probablemente cuando partamos de este mundo, y ahí sí que no te vas a llevar ni los anteojos...
insolente_simpatico
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