En el bar
Un lugar con nombre italiano, luces tenues amarillas y un centenar de botellas viejas y empolvadas en un estante cercano al techo. Las paredes están repletas de fotos antiguas, de retratos de gente en pose elegante, con vestidos largos, rodetes, bigotes negros y sombreros.
Viejas máquinas de coser hacen las veces de mesas.
Ella no deja de jugar con el pedal de esa maquina convertida en mesa. Mira a todos y a ninguno. Eligió una ensalada, una porción de arrollado y aunque le hubiera gustado acompañarlo con una cerveza fría, agarró una gaseosa de la heladera. No para de pensar, mientras dibuja círculos con el tenedor. Dejó el celular prendido sobre la mesa, justo al lado del plato. Quería que alguien la encuentre en medio de esa soledad acompañada por caras desconocidas, caras que llamaban su atención y la hacían perder en laberintos de pensamiento. Imaginaba sus historias, sus fracasos, sus sueños... trataba de entender sus miradas, sus sonrisas, sus gestos...
Un viejo lee el diario en la mesa de al lado, su mirada está fija en algún párrafo de esa sección de “Economía y Negocios”. A ella le llama la atención que sea justo esa la sección del diario que atrapa al hombre vestido con boina marrón y un sweater escote en V. Le pareció extraño que a esa edad no usara anteojos para leer y que en su mesa hubiera un montón de bandejas vacías y bolsas llenas de ropa en la silla. Le dio la impresión de que habría caminado mucho cargándolas. Lo imaginó pobre, viudo y solo, sintió lástima por él (¿o por ella misma?).
El viejo desentonaba con el lugar, lleno de gente joven que reía, charlaba y mandaba mensajes por celular. Nadie leía la sección económica del diario, por lo menos no ahí, por lo menos no esa noche. La música estaba alta. Las letras hablaban de injusticias y dolores, de soledades que desesperan por las noches...
En un rincón una pareja comía. El no dejaba de mirar a su compañera. Envidió el amor que expresaban los ojos de él. Hacía tiempo que no reconocía una señal de amor en la mirada de un hombre al hablarle. Se sintió más sola.
Estaba mal, mezcla de tristeza, bronca y desilusión. Quiso llorar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero fue sólo una amenaza... No conseguía desahogarse, no sabía si era su orgullo o por esa maldita coraza que había construido a la fuerza (marca de malas experiencias).
Había llegado al bar buscando distracción, tal vez con la secreta esperanza de conocer a alguien. Sus problemas parecían peores sin la compañía de alguien que la amara y al que ella ame.
Ese jueves fue el peor día de esa semana, de ese mes, de ese tiempo en el que le costaba tanto encontrar placer. En su trabajo las injusticias eran cada vez más visibles, como en tantas otras dimensiones de la vida. No es que no le gustara trabajar, sino todo lo contrario. Para ella placer y trabajo podían constituir una dupla perfecta. Sin embargo desde que llegó a esa oficina, le parecían incompatibles.
Se sintió como un volcán que no dejaban erupcionar: tenía ganas de crear, de crecer, de compartir, de amar. Pero todo no dependía solo de ella, de sus ganas ¿qué podía hacer con todas esas ganas? La mayoría de los días podía desviarla y canalizar saliendo, paseando, comiendo algo rico, comprando alguna cosa, tomando mate con amigos... este jueves nada alcanzaba, nada satisfacía. Ir al bar hubiese sido una opción exitosa cualquier día, menos ese.
Sintió una vez más la humedad en sus ojos. Probó un bocado de arrollado. Comió lento, como jugando. Un nene dejó una estampilla sobre su mesa. Enseguida el mozo, rubio y alto, se acercó al él. No escuchó qué le dijo, pero por los gestos de ambos, sospechó que nada bueno. El hombre llevó al nene hasta la puerta: lo echó.
Se indignó. Otra vez la injusticia. Injusticia compleja: al nene vende estampitas para comer. Vivía conectada con la pobreza, con la marginación... era su trabajo pero también su preocupación. Pensó en el nene, en ella... quiso llorar, estallar.
Su celular sonó. Se sorprendió, mucho más cuando vio quién llamaba. Un fulano con el que alguna vez soñó. Pero que no fue más que un juego... no tan bueno para ella. Le habló como si nada pasara, como si ese sueño frustrado no le doliera todavía, como si este fuera uno de esos días en que irradia alegría. La enorgullecía pero a la vez lastimaba resolver esas situaciones con una postura de superada... como si nada le afectase. De chica había aprendido eso y lo mantenía. Cuando alguien le preguntaba algo buscando incomodarla ella contestaba con cierto aire de indiferencia, tal vez de ironía, nunca atacaba. No quería darles el gusto.
La noche avanzaba y muchos adelantaban el fin de semana. Cada vez más grupos de amigos y parejas se juntaban en el bar. En la mesa de al lado al viejo le temblaba el puso mientras agarraba el diario y las bolsas. Se acomodó la boina y se paró. Con un paso lento pero calculado el viejo se retiró.
Se quedó mirándolo... Había terminado su arrollado, después de muchas vueltas. Decidió que lo mejor que podía hacer era marcharse también. Apuró el último trago de gaseosa. Guardó el celular, se colgó la cartera y salió. Otra noche, otro día que pasaba...simplemente pasaba. Estaba sola y triste. Aunque abrigaba la esperanza, la ilusión, de estar mejor.
Viejas máquinas de coser hacen las veces de mesas.
Ella no deja de jugar con el pedal de esa maquina convertida en mesa. Mira a todos y a ninguno. Eligió una ensalada, una porción de arrollado y aunque le hubiera gustado acompañarlo con una cerveza fría, agarró una gaseosa de la heladera. No para de pensar, mientras dibuja círculos con el tenedor. Dejó el celular prendido sobre la mesa, justo al lado del plato. Quería que alguien la encuentre en medio de esa soledad acompañada por caras desconocidas, caras que llamaban su atención y la hacían perder en laberintos de pensamiento. Imaginaba sus historias, sus fracasos, sus sueños... trataba de entender sus miradas, sus sonrisas, sus gestos...
Un viejo lee el diario en la mesa de al lado, su mirada está fija en algún párrafo de esa sección de “Economía y Negocios”. A ella le llama la atención que sea justo esa la sección del diario que atrapa al hombre vestido con boina marrón y un sweater escote en V. Le pareció extraño que a esa edad no usara anteojos para leer y que en su mesa hubiera un montón de bandejas vacías y bolsas llenas de ropa en la silla. Le dio la impresión de que habría caminado mucho cargándolas. Lo imaginó pobre, viudo y solo, sintió lástima por él (¿o por ella misma?).
El viejo desentonaba con el lugar, lleno de gente joven que reía, charlaba y mandaba mensajes por celular. Nadie leía la sección económica del diario, por lo menos no ahí, por lo menos no esa noche. La música estaba alta. Las letras hablaban de injusticias y dolores, de soledades que desesperan por las noches...
En un rincón una pareja comía. El no dejaba de mirar a su compañera. Envidió el amor que expresaban los ojos de él. Hacía tiempo que no reconocía una señal de amor en la mirada de un hombre al hablarle. Se sintió más sola.
Estaba mal, mezcla de tristeza, bronca y desilusión. Quiso llorar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero fue sólo una amenaza... No conseguía desahogarse, no sabía si era su orgullo o por esa maldita coraza que había construido a la fuerza (marca de malas experiencias).
Había llegado al bar buscando distracción, tal vez con la secreta esperanza de conocer a alguien. Sus problemas parecían peores sin la compañía de alguien que la amara y al que ella ame.
Ese jueves fue el peor día de esa semana, de ese mes, de ese tiempo en el que le costaba tanto encontrar placer. En su trabajo las injusticias eran cada vez más visibles, como en tantas otras dimensiones de la vida. No es que no le gustara trabajar, sino todo lo contrario. Para ella placer y trabajo podían constituir una dupla perfecta. Sin embargo desde que llegó a esa oficina, le parecían incompatibles.
Se sintió como un volcán que no dejaban erupcionar: tenía ganas de crear, de crecer, de compartir, de amar. Pero todo no dependía solo de ella, de sus ganas ¿qué podía hacer con todas esas ganas? La mayoría de los días podía desviarla y canalizar saliendo, paseando, comiendo algo rico, comprando alguna cosa, tomando mate con amigos... este jueves nada alcanzaba, nada satisfacía. Ir al bar hubiese sido una opción exitosa cualquier día, menos ese.
Sintió una vez más la humedad en sus ojos. Probó un bocado de arrollado. Comió lento, como jugando. Un nene dejó una estampilla sobre su mesa. Enseguida el mozo, rubio y alto, se acercó al él. No escuchó qué le dijo, pero por los gestos de ambos, sospechó que nada bueno. El hombre llevó al nene hasta la puerta: lo echó.
Se indignó. Otra vez la injusticia. Injusticia compleja: al nene vende estampitas para comer. Vivía conectada con la pobreza, con la marginación... era su trabajo pero también su preocupación. Pensó en el nene, en ella... quiso llorar, estallar.
Su celular sonó. Se sorprendió, mucho más cuando vio quién llamaba. Un fulano con el que alguna vez soñó. Pero que no fue más que un juego... no tan bueno para ella. Le habló como si nada pasara, como si ese sueño frustrado no le doliera todavía, como si este fuera uno de esos días en que irradia alegría. La enorgullecía pero a la vez lastimaba resolver esas situaciones con una postura de superada... como si nada le afectase. De chica había aprendido eso y lo mantenía. Cuando alguien le preguntaba algo buscando incomodarla ella contestaba con cierto aire de indiferencia, tal vez de ironía, nunca atacaba. No quería darles el gusto.
La noche avanzaba y muchos adelantaban el fin de semana. Cada vez más grupos de amigos y parejas se juntaban en el bar. En la mesa de al lado al viejo le temblaba el puso mientras agarraba el diario y las bolsas. Se acomodó la boina y se paró. Con un paso lento pero calculado el viejo se retiró.
Se quedó mirándolo... Había terminado su arrollado, después de muchas vueltas. Decidió que lo mejor que podía hacer era marcharse también. Apuró el último trago de gaseosa. Guardó el celular, se colgó la cartera y salió. Otra noche, otro día que pasaba...simplemente pasaba. Estaba sola y triste. Aunque abrigaba la esperanza, la ilusión, de estar mejor.
1 Comments:
benditos todos los "aunque"....
insolente_simpático
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